SAN VICENTE DE LA BARQUERA: ENTRE EL MAR Y LA MONTAñA

El Occidente de Cantabria ofrece al visitante un paisaje único. La montaña devora al mar dando lugar a un cuadro donde las arenas de las playas de Oyambre y Merón se funden con la blancura de la nieve. Los Picos de Europa parecen a punto de precipitarse sobre las olas del mar Cantábrico liderados por la distante silueta del Naranjo de Bulnes, eterno vigilante de la cordillera. Ni siquiera un pintor romántico podría haber trazado un conjunto tan amable para el ojo humano. A los pies de los Picos aparecen las almenas de un castillo medieval y una iglesia de porte robusto reflejados en las aguas de una ría que nace en las montañas: bienvenidos y bienvenidas a San Vicente de la Barquera.

HISTORIA DE UNA VILLA MARINERA

Durante la Edad Media, las Cuatro Villas marineras de Cantabria fueron Santander, Laredo, Castro Urdiales y San Vicente de la Barquera. Las tres primeras conocieron buenos siglos que aportaron industria y un intenso comercio y, en los últimos tiempos, un pujante sector turístico que ha enterrado su antigua apariencia medieval bajo bloques de apartamentos. Santander perdió su casco histórico en el pavoroso incendio de 1941, mientras Laredo y Castro Urdiales han crecido lo suficiente como para desprenderse del aire melancólico que todavía conserva San Vicente de la Barquera.

La menor de las Cuatro Villas de la Costa no conoció la industria, y su menudo puerto limitó el comercio en los tiempos de los grandes cargueros. La bonanza y la modernización pasaron de largo, y San Vicente de la Barquera se vio relegada a un papel secundario que el protagonismo de la vecina Comillas terminó por arrebatarle del todo. Sin embargo, gracias a este olvido histórico, no hay duda de que San Vicente es la más bella de las villas marineras.

LA VILLA JUNTO A LA RÍA

La visión de San Vicente de la Barquera mientras cruzamos el puente de la Maza, un empeño de los Reyes Católicos culminado en el siglo XVI, provoca que el recién llegado contenga la respiración. Quizás este sea el motivo por el que el puente de la Maza también toma el nombre de “Puente de los Deseos”: cuenta la leyenda que quien consigue dejar atrás sus 28 arcos sin tomar aliento verá cumplido su deseo.

Cierto o no, la verdad es que San Vicente de la Barquera es capaz de quitar el hipo mientras distinguimos la osamenta de su castillo creciendo sobre las aguas de la ría, con los Picos de Europa como marco incomparable de sus murallas. El casco histórico comienza bajo los arcos góticos que flanquean la plaza del mercado, y se enrevesa a través de callejuelas que conducen a lo alto de la colina donde se asientan la iglesia de Santa María y el castillo. El ambiente pescador es palpable gracias al chillido perenne de las gaviotas y los menús de los restaurantes que se asoman a la ría, y aún desde lo alto de la puebla vieja es posible sentir el olor a rabas de los bares.

La iglesia de Santa María merece una detenida visita debido a su curiosa arquitectura, un gótico defensivo que responde a los tiempos más prósperos de San Vicente de la Barquera. Por su portada occidental, de sobria factura románica, salían los peregrinos ingleses y normandos que desembarcaban en San Vicente rumbo a Liébana u Oviedo antes de encontrar el Camino Francés más allá de las montañas.

Hoy en día, San Vicente conoce un nuevo tipo de peregrinos: los que acuden a celebrar sus afamadas fiestas de La Folía, declaradas de Interés Turístico Nacional. Se trata de una procesión marinera que reúne a todas las embarcaciones de la villa en el centro de la bahía, cuyas aguas engalanan con flores en honor a la Virgen que un día apareció sobre las olas. Los jóvenes se lanzan a resbalar sobre una cucaña amarrada a los muelles, y la fiesta mayor de San Vicente recuerda a los barquereños que el mar y David Bustamante son sus vecinos más queridos.

PUEBLOS DE CARNE Y COCIDO

La comida, en San Vicente de la Barquera, es mejor buscarla en sus verdes alrededores. La comarca que bordea la ría del Escudo en su flanco oriental toma el nombre de Valdáliga, y en ella se encuentran los pueblos y mesones que alimentan a todo visitante que desee probar el auténtico sabor de Cantabria. A menos de 20 minutos en coche desde San Vicente se encuentra Casa Cofiño, en la coqueta población de Caviedes, entre casonas montañesas que esconden uno de los templos del cocido montañés. A nadie a decepcionado jamás un cocido de Cofiño, y dicen que Miguel Ángel Revilla se te aparecerá en sueños si reniegas de su sabor.

La carne de vaca tudanca también se encuentra entre sus especialidades, proveniente de una raza autóctona de Cantabria acostumbrada a las alturas y la vida montaraz. Suele merecer la pena alejarse de los nombres rimbombantes de las razas extranjeras, y buscar la mejor carne entre nuestras propias vacas. La tudanca fue despreciada durante mucho tiempo como un animal fibroso, de poca leche y fuerte temperamento que solo servía para ser amarrada a un carro. Hoy en día, pocos son los ganaderos de Valdáliga y Val de San Vicente que no cuentan entre sus reses con las resistentes tudancas.

LA COSTA DEL RAYO VERDE

Después de hartarnos a cocido en Casa Cofiño, deberemos encaminarnos hacia la carretera CA-236 que une la ría de la Rabia, en Comillas, con San Vicente de la Barquera. Solo quienes disfrutan conduciendo y admirando el paisaje desde el asiento del copiloto disfrutarán de la visión de los prados salpicados de vacas que pastan muy cerca de las olas mientras un horizonte de montañas crece ante nosotros.

La belleza del paisaje que rodea las playas de Oyambre y Merón es apreciada también por los peregrinos que recorren este tramo del Camino de la Costa hacia Santiago de Compostela, y en verano, las arenas de Gerra se llenan de vida. Los turistas no exageran cuando recuerdan, de vuelta a sus oficinas, los ocasos entre aplausos en el bar Rayo Verde cuando el sol desaparece tras la lejana sierra del Cuera. Un atardecer desde lo alto de Gerra merece una ovación estruendosa.

Aquellos que deseen disfrutar in situ de la costa del rayo verde y del sonido del Cantábrico mientras duermen tienen su lugar en Refugio West, a cinco minutos de San Vicente de la Barquera atravesando el puente de la Maza. Dani, su anfitrión, os recibirá en una casa de aspecto exótico que encaja a la perfección con las postales marineras que podemos encontrar en la costa este de Estados Unidos y el sur de Inglaterra. Sus comedores y estancias miran de lleno al Cantábrico, y nadie que haya amanecido con un café en la cocina de Refugio West puede olvidar los colores de sus amaneceres.

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PRELLEZO, EL ESCONDITE DEL MAR

Si existe un lugar donde el Cantábrico puede jugar al escondite, ese es la cala de Prellezo, a diez minutos en coche de San Vicente de la Barquera. Son varias calas las que conforman este laberinto que desaparece con la marea alta para convertirse en una bahía resguardada donde, cuentan los lugareños, descansaban los delfines durante las noches de verano y luna llena. Hoy en día, los esfuerzos de los vecinos de Prellezo por mantenerla salvaje han clausurado un camping de autocaravanas, y la policía vigila que nadie duerma en los aparcamientos cercanos.

El secreto mejor guardado de San Vicente de la Barquera solo puede pertenecer a la Naturaleza, y la cala de Prellezo merece seguir intacta para que podamos esperar a la siguiente marea baja y correr a disfrutarla.

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