PERDICIóN: LLEVARNOS EL HOTEL A CASA

“Me siento como en casa” decimos, a veces, cuando nos alojamos en un hotel. Parece un piropo, pero esa frase esconde un pequeño fracaso: no busquemos que los hoteles se parezcan a nuestras casas. No viajamos para eso. Busquemos que sean mejores que ellas. Tenemos que sentirnos abrazados por él y también anónimos, cómodos, y, a la vez, sorprendidos, cuidados y libres. Dejemos que un hotel sea un hotel, con su recepción, su número de habitación y su sandwich club junto a la piscina. Tiene que ser tan diferente a nuestro hogar que nos apetezca llevarnos un pedacito de él a nuestra casa. Los buenos viajeros siempre se alegran de regresar a ella.

No todos los recuerdos son intangibles: muchos pueden estar en la encimera de la cocina o guardarse en el armario. Y no hablamos de robar, válganos el cielo: el Código Penal es nuestro amigo. Hablamos de comprar, de reciclar, de recuperar. Hablamos de zambullirnos en una piscina de nuestra ciudad con un bikini resistente al cloro y bloqueador del sol de Aman Essentials, de la marca Aman. En realidad, es inocente pensar que vamos a olvidar la experiencia de alojarnos en uno de los hoteles de este sello, pero los buenos souvenirs nunca sobran. Hablamos de lavar las picotas (qué caramelo) en un lavafruta del Ritz de Madrid, hablamos de encender una vela cada noche en casa como la que vimos en la mesilla de ese Soho House que tanto nos gustó.

Los grandes hoteles, cuando son reformados, subastan piezas bien conservadas y esos momentos reúnen a cazadores de tesoro y huéspedes nostálgicos. Los días 22 y 23 de julio la casa de subastas Ansorena subastó varios lotes procedentes del Ritz madrileño (antes de que formara parte de Mandarin Oriental). Entre las joyas había servicios de mesa de metal dorado de mediados del siglo XX, bajoplatos, teteras, convoys y cuberterías. Estas subastas son más asequibles de lo que parece: algunos lotes tenían precio de salida de 180€ y disculpen por hablar de dinero en el terreno de la ensoñación.

Servir gazpacho (casero, por supuesto) en una fuente dorada que perteneció al Ritz de Madrid es poner encima de la mesa un pedazo de historia. Nos imaginamos diciendo “Pásame la sal” y acercando el salero que animó tantos platos de tantos huéspedes. En Ansorena, que también se encargó de la gran subasta del Ritz de 2018, guardan decenas de anécdotas y cuentan que muchos de los compradores son personas que se han casado en el hotel y que tienen recuerdos de él. Si no hay vínculo no hay deseo. Soñemos con tener en nuestra mesa el juego de escritorio que estaba en la Suite VIP firmado por Loewe que también se subastó. O con tener en la entrada una consola de gusto neoclásico donde dejar cada día las llaves. No será una tarjeta magnética, pero no importará.

El Mandarin Oriental Ritz de Madrid no es el único gran hotel que ha subastado algunas de sus piezas, sí el que tenemos más cerca y más reciente. En Londres, el pasado año, tres de sus grandes damas, Claridge’s, The Berkeley and The Connaught hicieron lo propio. Además, del 25 al 27 de septiembre, Artcurial, la casa de subastas parisina, subastará 1500 lotes procedentes del Ritz de la ciudad. Los objetos estarán expuestos en el Hôtel Marcel Dassault entre el sábado 21 y el martes 24 de ese mes. Fetichistas hoteleros, reserven billetes.

El culmen del recuerdo hotelero constante es dormir cada día en la misma cama de hotel que nos atrapó durante un viaje. La cadena Marriott vende camas idénticas, no usadas, a las que tiene en sus habitaciones. Lo hace en una tienda online llamada La Cama Marriott donde se pueden adquirir colchón, somier y textil. Dos de sus sellos, St. Regis y W también venden juegos de cama. La cama de un buen hotel siempre nos parece mejor que la nuestra.

Soho House, una marca que ha abierto un camino decorativo entre lo retro-ecléctico y lo bohemio, cuenta también con su propia tienda: Soho Home. Ya que muchos hoteles se han inspirado en esta estética y se han sohohotelizado, ¿por qué no lo puedes hacer tú? Si vamos a Japón, podemos alojarnos en el hotel Muji, anexo a la gran tienda de Ginza. Objeto de la habitación o del restaurante que se nos antoje, objeto que podremos comprar. Llevarnos un pedazo de hotel (de manera legal) a casa es legítimo. Al fin y al cabo, es una manera de prolongar el viaje.

Y cuando visitamos una casa de campo bonita siempre decimos: “ojalá pudiéramos vivir así todo el año”. La Casa de los Tomillares, en Candeleda (Ávila) nos ayuda a conseguirlo. No podemos transplantarla a nuestra ciudad o pueblo, pero sí comprar algunos de los objetos que decoran sus espacios. Todos los muebles, cuadros y adornos de este hotel que-no-parece-un-hotel están a la venta. Es más, su dueña, Carolina Sánchez Vadillo, interiorista y decoradora, ayuda a quienes se enamoran de la decoración a trasladarla a sus propias casas. Podemos vivir como en este lugar de Candeleda todo el año.

O podemos empapelar nuestra casa con el mismo papel pintado que decora el hotel Beverly Hills. Se llama Martinique y lo reconoceremos por su estampado tropical. Es un diseño de Albert Stockdale y lo comercializó por primera vez en 1942 en CW Stockwell's. Aún sigue a la venta. Tenerlo en casa nos permitirá fantasear y sentir que estamos en uno de los hoteles más cinematográficos del mundo. Aquí posó Faye Dunaway meditabunda la mañana después de ganar un Oscar ante la lente de Terry O'Neill. La foto se llama The Morning After y la habrás visto. La actriz y el fotógrafo terminaron casados, pero no nos despistemos. Aquí hemos venido a hablar de la gran perdición que es querer darle a nuestra casa un aroma de hotel, la de querer atrapar lo vivido. Somos unos sentimentales.

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