HOTELíSIMOS: PALAFFITE, FRENTE A LA ETERNIDAD TURQUESA

Hay hoteles donde sentirte como un rey, hoteles donde descansar, hoteles donde el deseo sea el único mantra, hoteles donde perderse y hasta hoteles donde encontrarse. Es lo fabuloso de este universo paralelo: ese planeta ajeno a tus días grises que es un siempre un (buen) hotel, donde hasta el tiempo parece que tiene otra textura —y sientes que puedes vivir otras vidas, imaginar que todo fue de otra manera, hacer realidad ese anhelo imposible: ser ese otro tú que, maldita sea la realidad, tan poquitas veces ves reflejado en el espejo.

No sabíamos nada del hotel Palafitte cuando hicimos la reserva. O sea: nada. Sí recuerdo que fue nuestro primer viaje tras unas semanas complicadas, demasiado ruido, horas de hospital, reuniones de más, todo pasaba demasiado rápido, destellos de irrealidad, cuando ya no diferencias unos días de otros y la vida muta en calima, pocas cosas me angustian tanto: cuando sé que me estoy desdibujando. A veces necesitas irte para volver. Necesitábamos calma y en busca de la calma elegimos este hotel extrañísimo, el único construido sobre un lago —el lago Neuchâtel, en Suiza, muy cerquita de Berna, en la ciudad universitaria de Neuchâtel. Fue el primer hotel (también) erigido sobre pilotes, literalmente “suspendido” sobre el lago, concebido por el arquitecto Kurt Hofmann como una pieza artística que poder habitar, que el huésped pueda sentir sin diques el devenir de las estaciones, adivinar esta certeza: cómo la naturaleza a veces es sosiego pero a veces (también) es tormento. La primavera llegará tras el inverno, parece sencillo pero yo casi siempre lo olvido. Mañana, como siempre, saldrá el sol.

Llegamos a Palafitte, de Preferred Hotels & Resorts, tras dos horas de viaje (un sueño ese viaje) en tren. Es lo mejor de Suiza (tras los quesos, claro) sus trayectos en tren. Siempre (o sea, siempre) tiramos del Swiss Travel Pass: Laura ilustra, yo aprovecho para pulir algún texto, el paisaje es presencia, los cerros nevados, los reflejos del sol sobre la pizarra de los chalets en Vals, casas talladas en piedra. Cuando llegamos nos recibe la calma indescriptible de un lugar que parece fuera del tiempo, al deshacer las maletas entiendo el por qué: es un destino habitual de estío, un lago donde bañarte (en nuestra terraza una escalera baja directamente hasta el agua), veranear sin prisa, pero no es ahora ese momento. Todavía hace frío, una extraña quietud mora el espacio, el silencio es apabullante; en Le Catran, la coctelería que preside la casa central (nada más cruzar el hall) la chimenea está siempre encendida. Es imposible no sentirse en casa. Le comento a Laura la sensación de estar aquí en el momento equivocado: “Mejor, mucho mejor”, me responde. Tiene razón, hay algo mágico cuando visitas un lugar “de invierno” en verano y viceversa. A mí, al menos, cada vez me gusta más este vivir a destiempo.

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Nuestra habitación es una casita de madera que mira al horizonte, es imposible no escuchar esa danza eterna (el mecer de las olas), es imposible no conectar con esta eternidad turquesa. Las gaviotas se posan sobre la barandilla, los patos saludan, pasamos la tarde en la terraza, tan solo abrigados con dos mantas. Sobre la mesa nada más que un par de libros y el baile lento del humo sobre el café. Cenamos pronto, es un paseo bellísimo (desde nuestra casita de madera) hasta el restorán, La Table du Palafitte, que en realidad es un inmenso mirador al lago. Cómo no serlo. Unos ravioli con Gruyère, Pinot Gris, no nos complicamos. Nos dormimos al son de los sonidos del agua, no creo que exista un mejor salmo. Por la mañana sucede el milagro: amanece de nuevo. Cada día es un milagro. Contesto, tras el primer café, alguna pregunta del Consultorio. Observo una pauta: lo muchísimo que cuelo la palabra viajar como única respuesta a casi cualquier problema. Lo hago, de nuevo: “¿Cómo mitigar el dolor del corazón? No se puede: pero se puede viajar”. Vinimos aquí, hasta este hotel sobre el lago, en busca de una vida sin tormentas. Eso, claro, es imposible. Pero nos pasó algo mejor: encontramos la nuestra.

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