DONDE SALAMANCA Y CáCERES SE ENCUENTRAN

Probablemente conozcas Guijuelo, uno de los pueblos serranos con más encanto del occidente de España. Y quizás también te suenen La Alberca, Mogarraz o Hervás. Pero además de todos estos lugares, que merecen una visita con calma y que son perfectos para una escapada de fin de semana, el límite entre las provincias de Salamanca y Cáceres está lleno de sorpresas que hay que ir descubriendo poco a poco.

Es una tierra poco poblada, de pueblos bien conservados, dehesas inmensas en las que es fácil no encontrarse con nadie y en la que la montaña está ahí, siempre, ya sea de fondo en las tierras bajas o marcando el carácter de valles y carreteras sinuosas que permiten asomarse a paisajes inolvidables.

Se trata de una zona de inviernos recios, perfectos para una escapada de las de sofá y manta frente a la chimenea, pero que en primavera y otoño muestra su mejor cara y que en verano es el refugio climático idóneo frente a los rigores de sus comarcas vecinas gracias sus bosques centenarios, a los valles sombríos y a las docenas de arroyos y piscinas naturales que se van encontrando en cualquier recodo del camino.

DE FUENTES DE BÉJAR A ZARZA DE GRANADILLA

Empezamos en Fuentes, un pueblo no particularmente monumental, porque aquí hay una estupenda opción de alojamiento, el hotel rural Villa María, una antigua casona de comienzos del siglo XX, de aquellas de techos altos, miradores, suelos de hidráulico y ese encanto que solamente da el paso del tiempo.

Desde aquí a Puente del Congosto, con su espectacular puente medieval, su castillo y esa zona a orillas del Tormes, que aquí aún baja, recién abandonadas las montañas, entre rápidos y pequeños saltos, perfecta para los días de más calor.

Béjar, por supuesto, con su pequeña red de museos y los rincones del casco histórico, y Candelario, que merece una escapada para él solo, a un paso. Pero esta vez continuamos hacia Baños de Montemayor, uno de esos pueblos de postal que uno se encuentra aquí, de vez en cuando, donde menos lo espera. De hecho, el pueblo es bonito, pero la carretera de acceso, con las vistas del castillo, de la sierra y del río, casi lo es más.

Ya abajo, lo mejor es aparcar a la entrada del pueblo y caminar hasta la plaza mayor y, un poco más allá, el castillo. Allí se encuentra uno de los dos restaurantes del pueblo. Y lo cierto es que probar especialidades locales como la jeta asada, las revolconas con torreznos o la ternera charra es una sorpresa agradable, especialmente en verano, cuando sacan algunas mesas al patio.

De vuelta hacia la autovía, si lo que apetece es estirar las piernas, hay un tramo de la Vía de La Plata que transcurre a orillas del río Cuerpo de Hombre –hay que reconocer que aquí tienen talento para bautizar a los accidentes geográficos–. Puedes aparcar junto a la salida hacia Puerto de Béjar y bajar entre castaños centenarios, miliarios que llevan indicando la senda 2.000 años y disfrutar del paisaje y del silencio.

De regreso no tendrás que ir muy lejos. En Puerto de Béjar, un pueblo al margen del turismo, pero con un cierto encanto, el hotel rural Candela y Plata es una muy buena opción. Tranquilidad absoluta, un salón con chimenea y un porche en el jardín orientado a la puesta de sol.

La ruta continúa hacia Hervás y su preciosa judería, parada imprescindible en esta zona, pero si prefieres hacer senderismo tienes unas cuantas opciones: si tienes un poco más de experiencia, la ruta desde el pueblo hacia la cascada de La Chorrera es una preciosidad que puedes prolongar, si te animas, hasta la cumbre del Pinajarro para disfrutar de las mejores vistas de la provincia. Si prefieres algo más suave, baja hasta Segura de Toro, a pocos kilómetros, y disfruta del paseo por la Garganta Grande, desde la piscina natural hasta los lagares prehistóricos excavados en las rocas.

De aquí a Zarza de Granadilla, a hacerse con unos quesos artesanos de cabra en Quesos de Granadilla, uno de los elaboradores más prestigiosos del norte de Extremadura. Su Carbonero es una maravilla y, si te gustan los quesos más potentes, también disfrutarás con su Granazul. Y a la noche, reserva en Versátil, el restaurante con estrella Michelin del pueblo, para descubrir la faceta más actual de la cocina de estas comarcas.

DE GRANADILLA A CIUDAD RODRIGO

Desde Zarza puedes continuar la ruta –o plantearlas como dos recorridos independientes, tú eliges– hasta la vecina Granadilla, un pueblo congelado en el tiempo, abandonado cuando se construyó el embalse y que se ha quedado ahí, cristalizado en otra época, en un cabo que se adentra en las aguas. Almodovar grabó aquí el final de Átame, así que no te extrañes si te sorprendes tarareando Resistiré en el coche cuando estés llegando.

Desde allí, si estamos ya en los meses de calor, vas a agradecer la red de pozas naturales y zonas de baño que se extienden por toda esta vertiente sur de la sierra: la de Descargamaría, a la entrada del pueblo; la de Cadalso, la de Hoyos, una de las más naturales, a unos kilómetros de la localidad, o la de Azábal, con esa terraza del chiringuito a la sombra que, en un atardecer de verano puede convertirse en tu mejor amiga.

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O, si el tiempo es aún fresco, una ruta por algunos de los pueblos más bonitos de la sierra en la que no pueden faltar Robledillo de Gata y San Martín de Trevejo, con sus calles empedradas y sus balcones cuajados de flores.

Para dormir, Hábitat Cigüeña Negra, una antigua finca ganadera que hoy sigue produciendo aceite y en la que se crían vacas y corderos, en cuyo corazón se ha instalado un pequeño hotel que es una delicia: la tranquilidad absoluta de estar a unos cuatro kilómetros de la carretera más próxima, el salón con chimenea, el hammam, la infinity pool que se asoma a la charca y a la dehesa interminable. Y los atardeceres inmensos desde los ventanales de la habitación. Vas a querer quedarte un día más. Luego no digas que no avisamos.

A la hora de la cena no tienes ni que salir del alojamiento. El hotel cuenta con un estupendo restaurante, reconocido con una estrella verde Michelin a la sostenibilidad, en el que podrás probar sus propias carnes, el aceite de oliva que elaboran en la almazara contigua al alojamiento o las verduras de su propio huerto.

Y al día siguiente, para terminar, ya solo te queda decidir si vuelves a internarte en la sierra, hacia el norte, por el precioso valle del río Olleros, que es el sitio idóneo para un último paseo por el bosque y que te acabará llevando hasta Ciudad Rodrigo.

Si aún te quedan días, puedes internarte en una de las zonas menos conocidas de Portugal, con pueblos espectaculares como Monsanto, Penha García o Idanha-A-Velha y un restaurante que conviene llevar en la agenda para celebrar una vez más esta zona mágica: Old School, una antigua escuela en Medelim en el que sirven platos tradicionales y vinos de la zona en un ambiente realmente agradable y donde solamente tendrás que elegir si prefieres tapear en la taberna o sentarte en lo que fue el aula del colegio y dejar que el cocinero Bruno Rodrígues ejerza de maestro y te guíe por la pizarra del día.

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