CRóNICA A BORDO DEL TREN MáS LUJOSO DE ÁFRICA

El día que a Rohan Voss se le ocurrió comprar un par de vagones de tren para adaptarlos a modo de caravana y viajar con su familia por África, hubo quien lo tildó de loco. Cuando después vio que la única manera de hacer frente a los infinitos gastos que la South African Railway le exigía por utilizar sus raíles era vender billetes y alojar a otros viajeros en su singular medio de transporte, él mismo supo que la cosa se le iba de las manos. ¿Qué hizo entonces? Emborracharse.

Precisamente de borrachos y amigos –o, más bien, de amigos borrachosllenó aquel primer tren que, compuesto por una locomotora y siete vagones, partió el 29 de abril de 1989 desde Pretoria para recorrer la ya desaparecida provincia de Transvaal Oriental. Así, los cuatro clientes reales con los que contaba disfrutarían, al menos, de un ambiente... “animado”.

Hoy, más de 30 años después de aquel sueño proyectado de manera inocente, Rovos Rail ha madurado, se ha convertido en adulto y se ha hecho respetar: se ha transformado en una empresa familiar de la que también forman parte Anthea, la mujer de Rohan, sus cuatro hijos y alrededor de otros 250 trabajadores. A las afueras de la ciudad sudafricana de Pretoria, donde se halla el cuartel general de la compañía, ubicada en una antigua estación de trenes de vapor, descansan y son puestos a punto algunos de los trenes de su flota, además de decenas de antiguos vagones rescatados de los rincones más recónditos del planeta. Vagones a la espera de convertirse, también, en miembros del distinguido Orgullo de África, uno de los ferrocarriles –y sí, al final, lo decimos– más lujosos del mundo.

EL CHA-CA-CHÁ DE ÁFRICA

Son las cuatro de la tarde y todo comienza con un tentempié en el que no faltan los canapés y el champán: la vida hay que celebrarla, sobre todo si se está a punto de empezar una gesta de esta envergadura. Por delante esperan cinco días en los que descubrir sobre raíles los sugerentes paisajes del sur de África, una singladura que nos llevará a lo largo de 1.400 kilómetros, de Pretoria a las Cataratas Victoria, en Zimbabue, y que constituye uno de los nueve itinerarios con los que Rovos Rail tienta a descubrir la Madre Tierra.

Una aventura, por cierto, que comienza con el saludo y bienvenida del mismísimo Rohan: no importa desde dónde parta la ruta, él jamás falta a la cita con sus pasajeros. Un paseo guiado entre bambalinas para conocer las entrañas de la empresa y listo: es hora de partir.

Ver fotos: Las estaciones de tren más bonitas del mundo

Reconocemos que el instante en el que el tren hace sonar su bocina y comienza, con un suave traqueteo, a moverse, una emoción indescriptible se apodera de quienes viajamos en él. ¿Nervios? Bastantes. ¿Ilusión? Sin duda. ¿La razón? Saber no solo que se van a vivir unos días únicos, sino que lo haremos envueltos en el lujo –sí, de nuevo la palabra– más delicioso, en un tren de aires coloniales, y arropados por todo un equipo de profesionales que se desvive por hacer de la experiencia un recuerdo memorable.

El wifi y los televisores brillan por su ausencia.

Aquí quedan fuera los vanguardismos y las ínfulas de modernidad: lo clásico es lo que de verdad triunfa en cada uno de los vagones de Rovos, donde todo, desde el diseño interior al mobiliario, las amenities o la decoración de inspiración eduardiana, está creado en exclusiva para la compañía con el asesoramiento de la propia Anthea Voss. Siempre con el fin de recrear un ambiente selecto, exclusivo, que nos hace sentir especiales y, a la vez, como en casa. Y que invita a desconectar: en todo el tren, excepto en los compartimentos privados, están prohibidos los teléfonos móviles y ordenadores, mientras que el wifi y los televisores brillan por su ausencia.

CINCO DÍAS, 1.400 KILÓMETROS

Thebogo es mayordoma de cabina, responsable precisamente de que cada compartimento del vagón que se le ha asignado luzca impecable a todas horas. Siempre sonriente, y con un inmenso sentido del humor, sorprende su capacidad para transformar Ashton, nuestra elegante Deluxe Suite de 10m2, varias veces al día –las otras dos categorías de compartimentos son la Pullman, de 7m2, y la Royal, de 16m2–. Relucientes, los muebles de caoba están pensados al milímetro para alojar cada prenda, cada complemento, y atesoran algo de champán, vino, dulces y piscolabis. ¿Qué fantasía es esta?

Aunque, para maravilla, la que transcurre al otro lado de las ventanas: como si de una pantalla de cine se tratara –pues el tren no supera los 60 km/h en todo el viaje–, lo que acontece en el exterior se ve, desde este pequeño universo, con los ojos de quien contempla la vida por vez primera.

Los áridos campos del sur dan paso a los infinitos valles, a las rojizas montañas, a antiguas estaciones semi-abandonadas o a diminutas aldeas donde se celebra el paso de Rovos como todo un acontecimiento. De repente, uno de esos atardeceres de cielos imposibles que solo esta tierra regala.

“And this is Africa”, nos repetimos. Y nos lanzamos a conquistar el último vagón, abierto y diseñado como observatorio: el rincón ideal para entregarnos a la lectura, tomar un café o contemplar la vida pasar. Todo lo demás, ahora mismo, nos sobra.

ES HORA DE COMER EN ROVOS

El peculiar tintineo de un curioso instrumento suena por los pasillos anunciando lo verdaderamente importante: es hora de comer en Rovos. Una cita que se desarrolla en dos vagones habilitados donde se sirven desayunos, comidas y cenas. Siempre a todos los huéspedes de una vez, y siempre cumpliendo ciertas normas de etiqueta. Por la noche, cuando la iluminación se vuelve tenue, toca brillar: chaqueta y corbata, ellos; vestidos de cóctel y relucientes trajes, ellas.

En la mesa, un menú de cinco platos cuyo maridaje con vinos sudafricanos corre a cargo de Alpheus, el atento sumiller. ¿Qué tal un merlot del 2018 de Groot Constantia, la bodega más antigua del país, para saborear un lomo de springbok sobre una cama de espinacas y pastel de polenta? En el vagón contiguo, los fogones marchan bajo la batuta de Junior, el joven chef, quien apuesta por un menú de tintes contemporáneos, siempre con producto fresco y local por bandera.

Súmale porcelana fina, cristalería impoluta, mantelería y servilletas de lino y la aparición de Lawrence, el manager del tren, quien aprovecha lo distendido de las veladas para dar el parte actualizado de la ruta. “Llevamos tres horas y media de viaje y hemos avanzado 60 kilómetros. Tranquilos, tenemos suficiente comida y bebida para poder aguantar todos durante semanas”, bromea la primera noche. Y el vagón se desternilla de risa.

Por la noche, cuando la iluminación se vuelve tenue, toca brillar: chaqueta y corbata, ellos; vestidos de cóctel y relucientes trajes, ellas.

Para el digestivo optamos por uno de los tranquilos lounges con cómodos sofás de telas floreadas, aunque siempre –repetimos, siemprehay que acabar en el vagón-bar: allí las charlas se alargan hasta altas horas sin remedio, ya sea con un Negroni sobre la barra o con una copa de Amarula, licor nacional hecho a base de marula fermentada.

CAMBIO DE TERCIO

En la oscuridad de la noche, cruzamos el río Limpopo, que hace de frontera natural entre Sudáfrica y Zimbabue: un nuevo sello en el pasaporte; una nueva etapa. Un nuevo paisaje.

Naturaleza pura que explorar en la tercera jornada de ruta, cuando llega la primera de las excursiones alejada de los raíles. A las afueras de la estación de Bulawayo, la segunda ciudad más grande del país, espera el autobús que nos conduce hasta el Matobo National Park, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, entre otras muchas razones, por acoger en sus entrañas numerosas cuevas de bosquimanos y sorprendentes muestras de arte rupestre.

En la cima de la colina de Malindidzimu, una lápida recuerda que allí fue enterrado Cecil John Rhodes, conocido como el “rey de los diamantes” y con una vida dedicada a “engrandecer el Imperio británico en África”. Al caer el sol, con el horizonte encendido, una copa de vino junto a una barra improvisada nos invita a celebrar que aquellos tiempos de colonialismo ya quedaron atrás.

114 kilómetros es lo que mide uno de los tramos de línea férrea recta más largos del mundo: los que nos adentran en el corazón del Parque Nacional Hwange, la reserva más grande de Zimbabue. Según avanzamos hacia el norte, el mercurio en el termómetro asciende, aunque eso no nos impide disfrutar del safari que nos espera el cuarto día: una verdadera incursión en la sabana, colmada de instantes irrepetibles, como el momento en el que decenas de elefantes desfilan con parsimonia ante nuestros ojos, o cuando una manada de 22 leones descansa, panza arriba y tras dar buena cuenta de su presa, a escasos metros de nuestro todoterreno.

Estampas en las que la vida salvaje se muestra cruel y real, bella e inigualable. De nuevo, África en todo su esplendor.

LA GUINDA DEL PASTEL

Y lo sigue estando mientras, el quinto día, el destino final se acerca. Durante las últimas horas, el traqueteo, más agudo si cabe, se alterna con los avisos por megafonía sobre qué animales pueden contemplarse desde las propias ventanas del tren: kudus, jirafas, impalas y algún elefante salen a nuestro paso a modo de despedida.

Es Sunshine, maquinista con toda una vida dedicada al ferrocarril, quien maneja el tren cuando, a lo lejos, se intuye aquel “humo que truena” que un día dejó sin palabras al mismísimo Doctor Livingstone. Y de nuevo esa palpitación indescriptible y los vellos de punta: el tiempo se paraliza y las emociones alcanzan su apogeo. Los motores cesan. Hemos llegado a las Cataratas Victoria. Ante nosotros, el paraíso.

Precisamente a la vera de esta maravilla natural, con escasos cientos de metros separando nuestras camas del lugar donde 50 millones de litros de agua se desploman por segundo, se halla el Royal Livingstone Victoria Falls Zambia Hotel by Anantara, donde instalamos nuestro campo base para poner la guinda al pastel.

Para llegar, antes hemos cruzado el Puente de las Cataratas Victoria y la frontera con Zambia: de nuevo un río, el Zambeze, marca los límites geográficos de esta historia. Es nuestro alojamiento una suerte de mirador privado con acceso directo al espectáculo que las Victoria ofrecen a todas horas. Un oasis de elegancia en el que las suites, repartidas en coquetos edificios frente al río, conviven con cebras, jirafas, monos e impalas en libertad.

Junto a la orilla transcurre todo lo interesante: cenas a la luz de las velas, desayunos en una plataforma flotante, estimulantes tratamientos en el spa o baños en la piscina en la que, cóctel en mano, el rugido de las cataratas solo se ve alterado por el sonido de las hélices de los helicópteros que sobrevuelan el paisaje.

Allá afuera, la adrenalina sigue tomando las riendas de la aventura gracias a las múltiples actividades que desde el propio Anantara organizan: ya sea contemplando la estampa desde el cielo en ala delta a motor o recorriendo el Zambeze en barca al atardecer, África sigue demostrándonos que no existe un lugar igual en el mundo.

Que aquí la tierra late de una manera especial. Una tierra que, unos días más tarde, volvemos a contemplar desde la ventanilla del avión de Turkish Airlines que, en conexión con Estambul, nos devuelve a casa. Todo allá abajo es inmenso, solemne, eterno. Ahora sí, nos despedimos de África, todopoderosa y fascinante, mientras nos invaden los recuerdos de un viaje emocionante, pero sobre todo emocional. Un lujo –sí, aunque nos quedemos cortos– como solo ella, la Madre Tierra, puede regalar.

CUADERNO DE VIAJE

CÓMO LLEGAR

Turkish Airlines. La compañía aérea turca conecta las principales ciudades españolas con Johannesburgo y Ciudad del Cabo, vía Estambul, todos los días de la semana. Precios en clase Economy a partir de los 600€ i/v.

CÓMO VIAJAR

Rovos Rail. La empresa sudafricana ofrece un calendario anual de hasta 10 rutas diferentes que comprenden entre 2 y 15 noches y recorren gran parte del sur de África. Además de la que tiene como destino Victoria Falls, algunas de las más demandadas son Dar Es Salaam (15 noches atravesando Sudáfrica, Botsuana, Zimbabue, Zambia y Tanzania) o Trail of Two Oceans (14 noches recorriendo Tanzania, Zambia, República Democrática del Congo y Angola). Viajes a partir de 2.500€ por persona, todo incluido.

DÓNDE DORMIR

Royal Livingstone Victoria Falls Zambia. Con acceso gratuito e ilimitado a una de las 7 maravillas naturales del mundo, este lujoso hotel de la prestigiosa cadena Anantara se halla en la orilla zambiana del Zambeze, en el corazón del Parque Nacional Mosi-oa-Tunya. Además de habitaciones y suites con vistas al río, cuenta con cuatro restaurantes y experiencias culinarias exclusivas como Boma o Dining by Design, spa y tiendas boutique.

QUÉ HACER

Livingstone’s Adventure Esta empresa local ofrece actividades para explorar el entorno natural de Livingstone de la manera más original, ya sea sobrevolando las Cataratas Victoria en ala delta a motor o helicóptero, con un safari en barco o disfrutando de un paseo por las aguas del Zambeze al atardecer.

Este reportaje fue publicado en el número 158 de la revista Condé Nast Traveler (Invierno 2023-2024). Suscríbete a la edición impresa (15,00 €, suscripción anual desde nuestra web). El número de verano de Condé Nast Traveler está disponible en su versión digital para disfrutarlo en tu dispositivo preferido

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