CARTA A LAS MADRES QUE SIEMPRE ESTáN AHí (VIAJEN O NO VIAJEN)

Mi madre es una viajera frustrada. Con tan solo 18 años ya había cruzado el Atlántico para ir a estudiar a Maryland, un lugar que poco o nada tenía que ver con el pequeño pueblo leonés en el que se había criado. Luego, de repente, todo cambió. Se llama Laura, hoy en día tiene 46 años y, además de ser mi hermana mayor, es la protagonista de este giro inesperado de guion que convirtió a los Estados Unidos en el único destino internacional (Portugal no cuenta, ¿verdad?) marcado en un pasaporte materno que, en vez de sellos, acumula polvo en un cajón.

No puedo ni imaginarme lo que tiene que ser abandonarlo todo para quedarse en casa cuidando de una hija cuando ya has probado la experiencia de coger un avión para acercarte a otro país, a otra cultura. Bueno, lo de quedarse en casa es un decir, porque como buena madre de los 80, la mía tuvo que compaginar el trabajo con la crianza. Ellas, madres, que siempre están ahí, incluso cuando ya no están, sacrificaron su propio crecimiento para favorecer el nuestro, por ello sentimos la necesidad de celebrar su día como se merecen.

AMOR POR EL VIAJE

Que mi madre no haya viajado al extranjero más que una vez no significa que no me haya inculcado el amor por el viaje. Durante varios veranos se encargó de organizar excursiones a Asturias los fines de semana para que los mayores de mi pueblo pudiesen conocer la playa, así, de forma genérica y conceptual, como accidente geográfico. Aún recuerdo los madrugones, el largo trayecto en autobús y esas quemaduras en la piel cuando salía el sol para recordarnos que en el Cantábrico nada es previsible, mucho menos el clima. Sin ella saberlo, me estaba inculcando valores como la empatía (hacia quienes nunca habían salido de su provincia y seguro no sabían cómo hacerlo sin pagar un pastizal), el emprendimiento (esto era un extra a su empleo en una tienda de puericultura) y la aventura, pues cada domingo amanecíamos en una localidad asturiana diferente. ¿O si no de qué iba yo a escribir con tanto brío y conocimiento de causa un tema sobre las mejores playas de Asturias?

Hoy es el día que, cuando mamá me lleva en coche a la estación o al aeropuerto (sí, con más de 40 años me sigue llevando, como cuando me recogía de la discoteca durante la adolescencia, porque es mi madre y no le importa), siempre se despide con un: “trabaja mucho, pero diviértete”. No estoy segura de que nuestras madres se hayan divertido tanto como nosotros, quizás de otra manera. Es ahora, ya jubiladas y, en algunos casos, convertidas en abuelas, cuando le están cogiendo el truco a esto de viajar. Esa Alhambra que nunca visitaron, esa ciudad costera en la que echar unos bailes con las amigas por la noche, ese pueblo en el que comer rico y recordar viejos tiempos.

TUPPERS, LA FÓRMULA PARA CUANTIFICAR EL AMOR

Un trueque afectivo hago con mi madre cada vez que regreso de algún destino remoto: yo le traigo dulces, aceite o cosas bonitas y ella me devuelve la ofrenda en forma de tuppers. Ahora está muy de moda decir aquello de “quien te quiere te busca”, pero yo creo que existe una fórmula mucho más infalible para cuantificar el amor: a mayor número de comida preparada, envasada y obsequiada, mayor cariño profesado. Cuanto más cocido, ensaladilla rusa y huevos rellenos carga en mi frigorífico, más carga mental me resta a la semana. Porque, para ella, que yo pueda escribir mis reportajes con calma y sin intromisiones es de vital importancia. Si ella supiera... bueno, lo sabe, porque es mi madre, pero las fechas de entrega son un tormento.

Ver fotos: Experiencias inolvidables para vivir con tu madre en su día

Ahora que soy madre, otra espada de Damocles se cierne sobre mi cabeza cada vez que tengo que viajar por trabajo y dejar a mis hijos en casa (perdón, en casa de mi madre). ¿Lo entenderán en el futuro? ¿Sentirán la ausencia? ¿Me echarán en cara el tiempo perdido por no haber estado a su lado? No hay forma de medir si se es buena o mala madre, los estereotipos acechan. Lo único que nos queda es estar ahí, en mayor o menor medida, ya sea con un tupper en la puerta o con una videollamada de las que calman las ansias pero no abrazan el alma.

No sé si soy esa hija que siente la necesidad de cumplir el sueño frustrado de su madre, puede que viajar ni siquiera fuese para ella un objetivo vital, pero lo cierto es que cada vez que visito un nuevo destino, duermo en un hotel de lujo diferente o pruebo las delicias de algún chef creativo, siento que se lo debo todo a ella, a su esfuerzo, a sus atenciones, a su presencia. Porque las madres, viajen o no viajen, siempre están ahí para recordarnos de dónde venimos y hacia dónde queremos ir, sea de viaje o en la vida.

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