MONTPELLIER: LA CAPITAL DEL SOL, EL ARTE Y LA BUENA VIDA DEL SUR DE FRANCIA

Montpellier tiene más de mil años, pero se muestra joven y vibrante como si fuera un Dorian Grey urbano. Luce entre hedonista y bohemia con el sol del sur de Francia como insignia. Su fórmula de seducción está compuesta de suficientes museos como para pasarse todo el día en ellos, arte callejero, plazas que son universos propios, tiendas que aparecen por sorpresa en sus calles medievales, bistrós de lo más golosos y mercadillos domingueros donde practicar el dolce far niente

Un corazón medieval

En Montpellier no se puede decir que se va al centro histórico, así simplemente. Su nombre -todo el mundo lo conoce así- es Écusson. Si se mira un plano de la ciudad, se entenderá la razón: los bulevares que ocupan el perímetro de las antiguas murallas dibujan una silueta similar a la de un escudo. Los tranvías circulan a su alrededor, pero no pueden con las estrechas callejuelas que componen el entramado del centro. El Écusson es el corazón histórico de Montpellier y va desde la Place Royale du Peyrou, donde los domingos se monta un glorioso mercado de antigüedades junto al acueducto Saint-Clément, hasta la Place de la Comédie, la más popular de la ciudad.

Pero no se vive solo de plazas y callejuelas medievales, la principal referencia del centro histórico es la Facultad de Medicina, la más antigua de Occidente. Su edificio es una joya espectacular que hace sombra a la contigua Catedral Saint-Pierre. Algunas de las diversiones más destacadas del Écusson están tras los escaparates. La Rue Foch está siempre animada, también la calle de l'Argenterie o la de Valfère. Hay librerías, panaderías, tiendas de diseño, cafeterías gatunas, vinilos, luthiers...  No habría que dejar de pasar (y comprar) por la Pomme de Reinette, una especie de cueva mágica repleta de juguetes de todo tipo y de todas las épocas. Toda una institución que suma medio siglo.

Compendio de arquitectura contemporánea

Más allá de lo medieval, en Montpellier le han declarado amor eterno a la arquitectura contemporánea. El idilio de hecho comenzó ya en 1977, cuando a Ricardo Bofill le dieron unas cuantas hectáreas para que imaginara un barrio nuevo. Al arquitecto español se le ocurrió la Antigone. Un espacio que abraza lo monumental y neoclásico y que incluye varias copias de esculturas grecorromanas. Hasta el mismísimo François Mitterrand vino en persona para inaugurarlo. Pionero en eso de las supermanzanas, con el tráfico limitado, parques y espacios abiertos, el barrio constituye el espacio perfecto para un agradable paseo.

 

Y el relevo…

El idilio con la arquitectura sigue en Port Marianne. El nuevo Montpellier se articula siguiendo la ribera del río Lez. Domina el horizonte el edificio del ayuntamiento, que diseñó Jean Nouvel en azul -es el color de la ciudad- como si fuera el Arco de Triunfo de Peyrou, pero a lo Blade Runner. Cruzando el puente André Levy, realizado por Rudy Ricciotti, y junto al Pavillion Port Marianne, se abre el barrio de Jacques Coeur, la zona más cara de la ciudad, donde se concentran los arquitectos estrella como si se tratara de una competición. Philippe Starck soñó con una nube aquí: es Le Nuage, un edificio flotante, con cerramiento plástico que se ilumina de noche como un faro. Enfrente, está el RBC DesignCenter, el showroom de diseño y de mobiliario contemporáneo de Jean Nouvel. También está la geometría galáctica de la escuela Georges-Frêche de hostelería, de Massimiliano y Doriana Fuksas, o La Mantilla, el edificio de Jacques Ferrier, entre otros muchos. La nueva estrella de la corona arquitectónica es la torre-árbol de los arquitectos Sou Fujimoto, Nicolas Laisné, Dimitri Roussel y OXO Architectes. Su fachada repleta de balcones colgantes es un espectáculo hipnótico.

Mucho arte 

El Musée Fabre es el centro de la propuesta museística de Montpellier. Creado a principios del siglo XIX, está considerado como uno de los museos franceses más bellos fuera de París. El museo tiene obras importantes de artistas universales y de la región: Bourdon, Cabanel o Fabre, Brueghel, Rubens o Monet, además de la impresionante muestra de obras del oscurísimo Pierre Soulages, el artista francés más cotizado de su tiempo. Ahí está también la galaxia MOCO - Hôtel des collection, un modelo único en el mundo que se presenta como un ecosistema de arte contemporáneo en que cabe desde la exposición, a la colección y la formación de jóvenes artistas. Mientras que La Panacée es un espacio verdaderamente urbano, donde la gente va tanto a pasar el rato con los amigos, como a ver las exposiciones temporales o marcarse una cena a base de tapas en el patio. Las exposiciones en Carré St. Anne, una iglesia neogótica reconvertida en espacio para el arte contemporáneo, o más de 20 galerías de arte cierran la oferta artística. Los aficionados al cine y la fotografía tienen parada obligada en el Pavillon Populaire.

Y hay mucho más en las calles… Con artistas como Zest, Smole, Gum, Noon, Sidka, Mr BMX, Koralie o Little Madi, Montpellier se ha convertido en vanguardia del arte urbano del sur de Francia. Trampantojos fascinantes del grupo Mad Art en el Écusson, frente a la iglesia Saint-Roch, o la ribera del Verdanson, que en la práctica es una gran galería de arte a cielo abierto, han situado en primera fila a los entusiastas del arte urbano. El arte del graffiti está tan valorado, que en lugar de perseguirlo, la Oficina de Turismo preparar rutas para mostrar los principales trabajos. No solo ocupan los muros de las calles, también los espacios de exposición como en la Galerie At Down, especializada en el arte del spray, tanto de autores consagrados como emergentes. Aquí se pueden ver a los pioneros estadounidenses como Crash, Futura, Mear One, a la vez que a los artistas franceses más famosos que tinen un lugar en la escena de Montpellier.

 

Un tranvía llamado deseo

Desde la flamante Gare Montpellier St-Roch, donde llega la línea de alta velocidad de RENFE que une la ciudad francesa con Madrid, Barcelona o Girona, hasta Rives du lez; o desde la Plaza de la Comédie hasta Antigone; o tomando más distancia, desde el Arco de Triunfo hasta el Ayuntamiento diseñado por Jean Nouvel, Montpellier es algo así como una rayuela en la que cada salto se da en tranvía. Desde que se recuperó en el 2000 es el mejor medio para conocer la ciudad. Hay cuatro líneas, cada una con su propio diseño: han participado Talou Coron, Gérard Garouste, Bonetti, pero todo el mundo busca el tranvía de la línea 3, diseñado por Christian Lacroix. El tranvía se ha convertido en uno de los elementos más reconocidos de Montpellier, tanto que aparece en muchas de las postales que se venden de la ciudad.

Un ecosistema de vida moderna

La Brocante es la cueva de un Alí Baba hipster; La Maison Pernoise, un anti-Ikea; en Guillaume Fort, cortan barbas y pelos rebeldes y Marguerite sorprende con sus arreglos florales, y todo esto tiene en común encontrarse alrededor de un patio animado con cócteles y zumos naturales, en el Marché du Lez, un ecosistema creativo en el que cabe espacios de coworking, arte callejero y tatuajes. La Baraquette fue el primer restaurante en abrir aquí, su nombre hace referencia a precisamente lo que era, una barraca. Ya no está sola, ahora hay un patio de food trucks sorprendentes, la trattoria A Tavola, el Terminal #1, comandado por los chefs Jacques y Laurent Pourcel, las tapas gourmands de La Cachette, las crêpes de La Cachottière, la boulangerie bio Grasset y los vinos de Les Caves Notre Dame. Por si fuera poco, el mercado se ha ampliado con el Halles du Lez, un edificio de 2.000 m2 más terrazas en el que hay una concentración de bares, vinos, bistrots, cafeterías y cocktails de todo tipo como para no acabarse en una tarde, en un nuevo espacio ampliado con un ambiente entre lo tradicional y lo industrial, que tiene un rooftop como máximo aliado para las noches de verano

 

A un paso de la playa

Y hablando de verano, Montpellier es un inesperado destino playero… A sólo unos quince minutos de la Place de la Comédie, espera un universo de arena fina. Con su atmósfera plenamente mediterránea, la ciudad de Palavas-les-Flots es el lugar donde pasar un día de playa perfecto, pero la oferta no se queda ahí. A poca distancia, también está Villeneuve-lès-Maguelone, con sus casi 10 kilómetros de playa salvaje. Allí, frente al mar, cruzando el Canal du Rhône a Sète y las  marismas rodeada que se llena de aves migratorias, está la impresionante catedral Saint-Pierre de Maguelone, rodeada de viñas. La ciudad de Carnon tampoco se queda atrás en cuanto a playas: en dirección a La Grande-Motte, aparecen las dunas de Petit y Grand-Travers. Lo mejor de todo es que se puede ir a la playa en tranvía, o dándole a los pedales…

 

Un mar de viñas 

Cuando se sale por la tarde, la oferta de vinos de Languedoc que hay en los bares y bistrós es una evidencia clara de que algo interesante se cuece en los alrededores de Montpellier. Y es que la ciudad está rodeada de un mar de viñas y bodegas que suman tradición y las más altas cotas de vanguardia. El vino de Montpellier ya era famoso en el siglo XVI, pero hizo a la ciudad rica en el siglo XIX. La revolución centrada en la calidad que comenzó en la década de 1980 dio como resultado la creación de la designación AOC Côteaux du Languedoc. Son muchos los viñedos que abren puertas y descorchan botellas para recibir a los visitantes, como en el Château de Flaugergues, Domaine D’O o Château de la Mogère.  Quedan como testimonio del floreciente pasado vinícola de Montpellier los 'Folies', espectaculares palacios del placer que desde finales del XVII, los nobles se hacían construir y que hoy se pueden visitar. Estas viviendas están rodeadas de parques y jardines: en definitiva, de hojas, o en latín, folia.

Y Séte como un satélite artístico

Y por si fuera poco el chorreo de planes de Montpellier, a 20 minutos  está Séte, la ciudad del ‘arte libre’. Con sus canales, playas y gastronomía, la ciudad donde Georges Brassens pidió ser enterrado es la mayor sorpresa de Occitania. Paul Valéry la llamó 'la isla singular', pero lo cierto es que no tiene nada de isla. Sí que está el mar, que lo impregna todo, pero al otro lado del monte, no hay mar, sino la laguna de Thau, una vasta extensión de agua salada, que desde antaño ha facilitado el consumo de ostras en la zona -se pueden degustar en el mercado de Les Halles, emblema de la excelencia gastronómica. Séte no molesta con tamaños inabarcables. Los canales definen la ciudad. Los restaurantes del lado del canal como Le Boucanier llenan los muelles, especialmente el principal, el Canal Royal, donde tiene lugar las célebres justas náuticas de Sète. Para seguir con el arte, el Musée International des Arts Modestes es toda una sorpresa, al igual que la Galerie-Musée le Réservoir (sin catálogo porque las obras expuestas cambian con gran rapidez). Para los aficionados a los grafitis el MaCO, un circuito anual de street-art, ha llenado las calles con obras de los principales autores salpicando diferentes lugares de la ciudad.

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