EL TURISMO, ¿ES UN GRAN INVENTO?

El Plan de Estabilización español de 1959 impulsó el crecimiento excepcional de la economía española al permitir la sustitución de los sectores primarios por otros elevando la productividad y mejorando el nivel de vida de los españoles. Ayudó a financiar esta inversión un boom turístico con un evidente impacto significativo en el desarrollo económico de los años sesenta. La construcción de infraestructuras para atraer turistas y el redescubrimiento del patrimonio histórico español contribuyeron al “desarrollismo” de la década. El turismo, fundamental para la economía española, generó ingresos clave y transformó la sociedad. Títulos de la época como El turismo es un gran invento, con el inolvidable Martínez Soria, son un claro reflejo de lo ocurrido.

Sin embargo, a pesar de sus claros beneficios, la masificación del turismo en años recientes ha generado saturación y cierto hartazgo en las comunidades más turísticas, lo que exige de una reflexión sobre los desequilibrios que genera dicha actividad. La protesta reciente en Canarias mostró, en cierto modo, esta tendencia.

Es razonable que, para muchos, resulte incomprensible que una población que vive de una actividad económica determinada pueda rebelarse contra de ella. El turismo es una fuente de ingresos, genera riqueza y actividad, crea empleo y permite a poblaciones enteras vivir de sus recursos naturales (sol, playa o montaña) o de su patrimonio cultural. ¿Por qué pensar en poner coto a un yacimiento de riqueza que solo está esperando a que lo tomemos con nuestras manos?

La irrupción de un turismo mucho más masificado gracias a la revolución de las nuevas plataformas ha detonado esta dialéctica, espoleada por la reflexión sobre el efecto de ciertas externalidades negativas que un turismo de masa puede provocar. Ejemplo claro de dicha dialéctica lo encontramos en un trabajo de Alberto Hidalgo, Massimo Riccaboni y Velázquez, y que en un análisis de los apartamentos turísticos en Madrid encuentran que estos contribuyen al aumento de los establecimientos y el empleo en el sector de la restauración. Por cada incremento de 10 habitaciones en Airbnb abre un nuevo establecimiento de restauración, generando ocho empleos adicionales a nivel de barrio. Además, este efecto no se limita al entorno cercano de los apartamentos, extendiéndose este a áreas fuera del centro de la ciudad. Así, el impacto positivo es evidente, con una redistribución a zonas amplias de la ciudad, por lo que se limitarían los impactos negativos en las áreas céntricas que pueden provocar reacciones adversas por parte de los residentes.

Sin embargo, recordemos que cuando empleamos los recursos a favor de una actividad, en el corto plazo decidimos dejar de hacer otras cosas (costes de oportunidad). Así, el estudio sugiere que la apertura de nuevos negocios puede desplazar a otros establecimientos que no estaban previamente orientados al turismo. Por lo tanto, aunque el efecto en términos de empleo sea positivo, puede ser menor que el que refleja la generación directa de empleo. Y es que no debemos obviar posibles efectos negativos, como el incremento en el precio de los alquileres, la pérdida del comercio local y las molestias ocasionadas por los flujos turísticos, como el ruido y la congestión (externalidades). Por ejemplo, Mariona Segú y coautores, al tratar de identificar el efecto causal de la actividad de Airbnb en Barcelona, encuentran los efectos habituales: un incremento promedio de los alquileres, que asciende al 1,9% en este caso, o aumentos del 5,2% y 3,7% en los precios de venta y en los precios anunciados de viviendas, respectivamente.

No cabe duda pues de que existe una dialéctica entre los efectos positivos y negativos del turismo, no solo en una localidad sino además en el conjunto de una economía regional o nacional. Ante esto es necesario hacer varias consideraciones.

En primer lugar, resulta evidente que cualquier restricción a una actividad que genera valor añadido, empleo y riqueza no debería llegar a limitar su desarrollo. Los beneficios son claros en términos de empleo y rentas. España cuenta con un capital turístico (historia y clima) que puede y debe ser desarrollado. Las externalidades del turismo no son todas necesariamente negativas, sino que también pueden ser positivas, como un mayor reconocimiento de este capital y, por ende, de su protección y mejora. Los activos turísticos seguirán siéndolo siempre que se les cuide y se perpetúen.

Sin embargo, como segunda consideración, puede que no sea socialmente óptimo mantener una apuesta sin establecer límites que puedan generar dinámicas contraproducentes a largo plazo y, por lo tanto, minar la valía del sector. Así es relevante el trabajo de Ivan Kožić quien intentó analizar el impacto que el turismo tiene en el desarrollo a largo plazo de las regiones. Es importante señalar que cuantificar este efecto es muy complicado y los resultados en ningún caso pueden considerarse definitivos ni concluyentes. Sin embargo, ante un debate habitualmente simplificado, es interesante incorporar estos resultados para entender sobre qué discutimos.

Así, Kožić explica que una apuesta por el sector turístico puede reducir el crecimiento a largo plazo de una región o país. La razón principal es lo que podríamos denominar Beach Disease, similar al mal holandés, asociado a la llamada trampa del desarrollo. Al ser el turismo un sector intensivo en mano de obra que requiere poca preparación y cualificación, pero que al mismo tiempo genera retornos relativamente altos a quienes en él participan comparado con la inversión necesaria, sobre todo trabajadores, logra desplazar a otros sectores que necesitan una mayor dotación de mano de obra cualificada. El efecto más inmediato de la presencia de sectores intensivos en mano de obra no cualificada es una reducción del nivel educativo de los trabajadores, lo que lima el crecimiento económico a largo plazo. Así, una alta especialización en el turismo tiene un fuerte efecto a largo plazo debido a un coste de oportunidad, dado un menor “incentivo al estudio”. Esto es lo que encuentran Javier Capó, Antoni Riera y Jaume Rosselló Nadal para Canarias y Baleares.

No resulta extraño, pues, que cierta parte de la población de estas regiones vean a este sector como un limitante a largo plazo de su bienestar, sobre todo cuando la especialización logra desplazar a buena parte del resto de actividades. Sin embargo, no se confundan, creo que nadie sensato habla de prohibir o impedir en términos absolutos ciertas actividades. Pero sí comprender que, quizás, una de las razones que ha limitado la expansión de la productividad en España en estas últimas décadas puede ser nuestra especialización en sectores intensivos en mano de obra no cualificada. Y aquí estaría el turismo.

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