LA ODISEA DE LLEGAR AL SENA

Entrar en el recinto delimitado para la ceremonia fue la primera carrera de obstáculos de los Juegos. Evento de alta demanda para la prensa, había que hacerse con una cotizada entrada (entre 90 y 2.700 euros pagó el publico), canjearla en el Centro de Prensa por una pegatina que hacía ‘exclusiva’ para el evento la acreditación y permitía acceder al transporte y armarse de paciencia para llegar hasta el Sena. El último bus hacia el epicentro parte del MPC tres horas antes. Mejor salir cinco, por si acaso.

Primer revés. En el autobús oficial que te dicen que cojas no te dejan subir. El color de tu pegatina no es el correcto. Carrera hacia el Metro, donde hay estaciones cerradas por seguridad, desembarco en Franklin D. Roosevelt, media hora de caminata y primer control entre varias decenas de policías que cachean a todo el mundo (literalmente) para acceder al Puente Alejandro III, el eje que conecta los Inválidos (tiro con arco frente a la tumba de Napoleón) con el Grand Palais (esgrima) donde se sitúa una tribuna de prensa. Entras... Pero no es por ahí.

Segundo intento. Segundo control. Segundo cacheo. Nadie sabe cómo puedes sortear las vallas aunque el puente está delante. Es el laberinto de la ceremonia urbana. “Pardon!”, de nuevo. A la tercera, tras otro rodeo, la vencida. “¡Ya está!”. Pues no. Sentado en la tribuna comienza a llover, el portátil se moja, no hay donde meterse... Al final, con todo empapado no queda otra que buscar refugio bajo el puente. Pero vale la pena. Espíritu olímpico.

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